Sintiendo en su corazón que esta es “su tierra”

Escrito por Pamela Barría (Gentileza de “Katy” Fava).- Con solo 21 años, llegó a nuestra ciudad Benito Fava Cacciola, en compañía de su madre Carmela Cacciola, dejando atrás su Scilla natal para iniciar una nueva vida lejos de la guerra que azoto a su amada Italia.

Aquí lo esperaba su hermano mayor, Antonio Fava, quien ya había comenzado con su oficio de peluquero en la casa del fotógrafo, don Zorjan. Benito se convertiría en uno de los primeros sastres de profesión de la ciudad, vistiendo a varios pobladores de la época.

Kathleen Malvina Hutt Coleman, con pocos años más que él, aprovechaba sus vacaciones en la empresa de teléfonos de Punta Arenas para visitar a su hermana Gwendoline Hutt, quien trabajaba junto a su esposo en la estancia Sara.

Antonio y Benito recién llegados se convertirían en el peluquero y el sastre de Rio Grande.

Los amigos, los lugares habituales en Río Grande, provocaron el encuentro…que en 1960 dio inicio a esta familia fueguina, con dos hijas, cuatro nietos y cuatro bisnietos.

Su primer hogar familiar fue en la calle Rosales, “frente a la Escuela 2”, decían ellos. Allí nacieron Patricia y María Catalina.

Benito con su profesión de sastre fue el sostén familiar y Kathleen, una amorosa madre y maravillosa compañera que trabajaba junto a él, colaborando con los detalles de terminación de las prendas

La abuela Carmela vivió con ellos hasta el final de su vida y muchos domingos la cita era en la casa del tío Cacciola (sobre la calle Rosales, pasando la avenida Belgrano hacia el Batallón). Allí, las pastas fueron el motivo para el encuentro. Esa hermosa costumbre continuó por varios años en la casa de tío Antonio…sumando al menú las empanadas gallegas de tía Maruja y los juegos y charlas con las primas Isabel y Nana Fava.

Primeros encuentros.

“Nanny Lily” Coleman, la madre de Kathleen, vino de visita en algunas oportunidades para mimar a sus nietas. En esa época no era fácil trasladarse desde Chile, pero la distancia se notaba y la abuela se repartía para compartir tiempo con cada uno de sus ocho hijos. 

Los cumpleaños eran una celebración y siempre era el fotógrafo de la ciudad, Don Zorjan, el encargado de retratar esos momentos.

Los domingos eran de paseos. Si estaba lindo a la playa o a la plaza y más adelante fueron al campo, a disfrutar de un rico “asado al palo”, siempre acompañados de buenos amigos: la familia Mamaní, la familia Pereira, la familia de su hermano Antonio, la familia de tía Gwen y tantos otros vecinos y amigos que solían compartir estas salidas. El enorme patio de la calle Rosales fue el escenario de interminables juegos con los amigos del barrio y siempre en compañía de un fiel perro guardián: “Guante”,” Manchita”, “Colita”, “Gosh”, “Pompona”, “Wanda” …

Benito y Kathleen con las abuelas Carmela y Lily y el tio Cacciola el día de su boda en 1960.

Benito y Kathleen hicieron con sus propias manos los primeros trineos para sus hijas y compartieron los juegos con la nieve, armando muñecos cada año; y también cosieron para ellas hermosos vestiditos, tapados para el invierno, los famosos jardineros de tela escocesa, que se usaban entonces, y aún los guardapolvos de la escuela.

En sus años de sastre trabajo haciendo prendas para hombres y para mujeres. Fue un sastre muy reconocido por sus clientes, debido a su dedicación…era muy detallista y cumplidor con su trabajo. Con la ayuda de su esposa, hizo elegantes trajes de hombre, tapados con hermosas telas para dama y era todo un evento familiar cuando hacía un vestido de novia. En esas semanas de trabajo la mesa del comedor se convertía en taller y la casa se cubría con lienzos blancos para mantener el perfecto estado de la delicada tela.

Luego llegó la ansiada casa propia, en calle Don Bosco. Entre los dos y con mucho trabajo y esfuerzo fueron dando forma a su vivienda, en una de las últimas calles del pueblo. Criaron gallinas, patos, conejos y cultivaron su propia quinta…luego con invernáculo…y durante muchos años debieron ir a buscar el agua al pozo, a la vuelta de la esquina cruzando Perito Moreno. Allí los vecinos cedían generosamente la entrada a todo el barrio hasta que pasaron los caños de agua por la zona. La luz se cortaba por la noche en toda la ciudad, de modo que se cenaba temprano y luego venían los juegos de mesa con la “Petromax” hasta la hora de dormir.

La sastrería de Don Bosco… casa familiar.

Con el paso del tiempo, presenciaron el crecimiento de la ciudad a su alrededor, la llegada del asfalto, los nuevos barrios, modernos servicios…hoy la antigua “SASTRERIA FAVA” está enclavada en la zona céntrica de la ciudad.

Benito siendo muy joven aún, mostró sus dotes actorales en los primeros escenarios fueguinos con otros vecinos de la ciudad que disfrutaban de hacer teatro. Siempre que podía tomaba su bicicleta y se iba al primer montecito a cazar cauquenes que compartía con “la India Angela”, como ellos la llamaban afectuosamente. Con ella compartían largas charlas y relatos. Muchos domingos se iban al campo a recolectar hongos para enriquecer la mesa familiar. También disfrutaban ir de pesca con su hermano Antonio y a buscar centollas y mejillones al mar.

Kathleen siempre amó la lectura (aún hoy sigue leyendo cuanto libro cae en sus manos) y bordó con sus manos manteles y servilletas con hermosos diseños de punto cruz. Ya más grande, tejió mantillas para sus nietos. Participó como madre y exalumna de María Auxiliadora en los eventos y la cooperadora del colegio primario y ambos mantuvieron una excelente relación con las hermanitas de la guardería “de la virgen niña” …Carla, Hilda Ines…participando activamente de la fundación de la Capilla Virgen del Carmen junto a tantos vecinos que colaboraron en los inicios de la esperada iglesia del barrio.

En la playa.

En los tiempos en que nuestra ciudad enfrentó amenazas de conflictos bélicos, Benito participó activamente como Jefe de Manzana recorriendo el barrio durante los oscurecimientos para ayudar a que los vecinos estén protegidos, atento a que todos sepan cómo actuar en caso de un ataque. Kathleen por su parte, cocinaba pan para ayudar a alimentar a los soldados que se acercaban a comer a la guardería de la Virgen Niña. Y ambos colaboraron con el batallón cosiendo chalecos para los soldados del B.I.M5

El tiempo pasó y cuando la vista no le permitió seguir con su profesión, ingresó a la municipalidad…primero en el Vivero municipal y luego como sereno en la Casa de la Cultura y en Rentas.

Luego de la jubilación cumplieron el sueño de volver a Italia y se reencontraron con la familia que quedó allí, después de 30 años. Siempre que pudieron participaron de la cena de Antiguos Pobladores y los eventos del aniversario de Río Grande, sintiendo en su corazón que esta es “su tierra”.

Benito amaba contar historias y escribir. En sus últimos años se dedicó a plasmar por escrito hermosos textos para sus nietos, para los Onas y para esta tierra que amó profundamente. Gracias a la dedicación de Kathleen que los “pasaba en limpio” hoy podemos compartir esos recuerdos.

Con Patty y Marie como les decía a las hijas.

EL ONA (Benito Fava)

Vivía libre su vida…
Igual que un ave en primavera…
Como techo las estrellas…
Su mirada al cielo como diciendo: 
“Creador, ¿quién soy yo?...
Un pasado, un presente, un futuro,
¿Soy hijo de la tierra, el mar o el cielo?
¿Soy dueño de esta soledad?”
Pero el Ona piensa:  
¿Por qué los fusiles y no las palabras?
¿Por qué la matanza y no la amistad y la vida?
¿Por qué matarse entre hermanos?
Si él solo quería darles la mano… 
Nada se lleva uno consigo, ni el oro ni la tierra… y a la tierra todos iremos a parar.
Por eso paisano, cuando vengas a esta tierra y te encuentres con el Ona…
¡Estréchale la mano!
LOLA CANTA A LOS ONAS (Benito Fava)

Lola había nacido para cantar…
Ona pura, mantenía su costumbre 
aborigen…
¿A quién le cantaba Lola?
Al cielo, a las estrellas, al mar, a la vida, a la tristeza de ser una solitaria nativa en medio de esta soledad. 
Lola le cantaba a todas las criaturas del campo, que al oír su voz se paraban para escucharla.
Le cantaba a su pueblo triste para alentarlo.
Le cantaba a su gente lejana, que añoraba.
Sus cantos se esparcían por el cielo los valles y el lejano horizonte….
…buscando ser oídos por los Onas fallecidos.
Lola en los tristes y blancos inviernos le cantaba a su tierra que ya no tenía...le cantaba a su pueblo, a su gente Ona, que de a poco se extinguía…

Publicado en Ráfagas Patagónicas 2022.

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